CONVOCATORIA DE LA CONVIVENCIA DE ZONA EN CADIZ

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NUESTRA ÚLTIMA CONVIVENCIA CAMPERA


A nuestras Reuniones de Grupos y Equipos del MFC, fundamentalmente ratos de Oración y de Formación, unimos de vez en cuando celebraciones de Convivencias, en las que, sin dejar de fomentar el aspecto espiritual, celebramos el encuentro de amigos con animadas charlas, juegos, música, cantos, y sin que falten la sabrosa paella, los buenos aperitivos, las exquisitas naranjas, y el café con los ricos dulces de los Palacios y Villafranca, todo lo cual nos halaga el paladar y nos da energía para toda la celebración.

A estas Convivencias no solo podemos asistir los miembros del MFC, sino cuantos familiares y amigos quieren incorporarse. Solemos hacerlas en el campo de naranjales de nuestros hermanos del MFC, Amparo y Paco, que con todo cariño han adecuado su casa para que podamos tener cabida y estar muy a gusto todos los asistentes a las Convivencias.

La última la celebramos el día 28 de Abril del presente año. Fue una gozada. Como siempre Juan Bellido preparó con esmero las celebraciones litúrgicas. Empezamos con el rezo comunitario de Laudes. A continuación tuvimos un buen rato de charlas y, al tiempo, unos pocos nos dedicamos al corte de los aperitivos y la colocación en los platos. Otros iban preparando los ingredientes de la paella y de las papas aliñás, que, como no podía ser de otra forma, estas estaban buenísimas, pues los ingredientes habían sido recogidas del huerto de los Ribelles.

En ese entreacto llegó el Padre Miguel Ángel, después de cumplir con sus obligaciones Parroquiales, y rápidamente nos pusimos a preparar el Altar para la celebración de la Eucaristía. Quiso que se colocara en el Centro y que todos nos situáramos en circulo alrededor para que tuviéramos más conciencia de Comunidad. Como en otras ocasiones, logró llegar al corazón de todos y hacer que vibráramos sintiéndonos hermanos y auténticos hijos de Dios llamados con nuestras sencillas palabras y nuestros actos sinceros a contribuir a hacer el ámbito que nos rodea más solidario, más justo y más habitable.

El almuerzo transcurrió como siempre animadísimo. En auténtica fraternidad compartimos la rica paella y todos los aperitivos preparados, y quien más, quien menos, todos terminamos repletos. El café y los dulces dieron el punto final al festín.

Una vez recogidas las mesas, nuestro amigo Pepe Fernández nos sorprendió, como estamos en tiempos rocieros, con el sonido del tambor que se había llevado, y con su potente voz y su buen arte nos deleitó con el inagotable caudal de canciones que sabe. Se le unieron otros voluntarios, entre ellos el autor de la exquisita paella y su hijo, que se había llevado su guitarra, y, al son del cante y los instrumentos, un plantel de magníficas bailarinas se arrancaron por sevillanas, con tal maestría que se veía a las claras que su arte no era de academias, sino nacido con ellas casi al mismo tiempo que los dientes de leche, y entre la música, el baile y el cante nos deleitaron, nos hicieron pasar una tarde deliciosa y nos pusieron un magnífico broche final a esta estupenda Convivencia.

Fue la expresión más clara de que ni el Cristianismo ni los Cristianos somos algo triste, sino que allí en medio de aquella alegría y felicidad estaba nuestro Dios, que quiere que todos los hombres seamos felices y tengamos vida y la tengamos abundantemente, como nos dice San Juan en su Evangelio. Es decir con nuestra alegría, nuestro cariño y nuestra confraternidad estábamos construyendo allí un pedacito del Reino de Dios.

Sobre las siete empezaron las despedidas, porque muchos al día siguiente, lunes, tenían que trabajar, y había que descansar. Así que todos nos volvimos a casa felices y contentos del buen día que habíamos pasado y convencidos de que no hay nada mejor que una buena amistad y fraternidad, enraizadas en el compartir una misma Fe en Jesucristo y en un claro sentimiento de ser miembro de una Comunidad Eclesial, unidos a una grata y animada Convivencia, para esponjar los corazones y darnos unas grandes dosis de felicidad.

                                                         P. Altamirano