Todo lo que afecta a la familia nos importa mucho. Como
asociación familiarísta, pensamos, que la familia tiene que ser
protagonista en la necesaria transformación de la sociedad y, para
ello, cada miembro de la familia tiene que asumir su responsabilidad
y vivir los valores que le son propios.
Ya, en una comunicación anterior, nos centramos en el rol del
padre; hoy, cerca de la celebración del “Día de la madre”
quiero centrarme en su papel en la familia para que valoremos lo que
día, tras día, nos regala.
Pero no lo voy a hacer con mis palabras. Voy a tomar las
palabras que nos dirigió el Papa Francisco en la Audiencia general
del 7 de enero de este año.
Decía así:
“Continuamos con las catequesis sobre la familia y en la familia
está la madre. Toda persona humana debe la vida a una
madre, y casi siempre le debe a ella mucho de la propia existencia
sucesiva, de la formación humana y espiritual. La madre, sin
embargo, incluso siendo muy exaltada desde punto de vista simbólico
—muchas poesías, muchas cosas hermosas se dicen poéticamente de
la madre—, se la escucha poco y se le ayuda poco en la vida
cotidiana, y es poco considerada en su papel central en la sociedad.
Es más, a menudo se aprovecha de la disponibilidad de las madres a
sacrificarse por los hijos para «ahorrar» en los gastos sociales.
Sucede que incluso en la comunidad cristiana a la madre no siempre
se la tiene justamente en cuenta, se le escucha poco. Sin embargo, en
el centro de la vida de la Iglesia está la Madre de Jesús. Tal vez
las madres, dispuestas a muchos sacrificios por los propios hijos, y
no pocas veces también por los de los demás, deberían ser más
escuchadas. Habría que comprender más su lucha cotidiana por ser
eficientes en el trabajo y atentas y afectuosas en la familia; habría
que comprender mejor a qué aspiran ellas para expresar los mejores y
auténticos frutos de su emancipación. Una madre con los hijos tiene
siempre problemas, siempre trabajo. Recuerdo que en casa, éramos
cinco hijos y mientras uno hacía una travesura, el otro pensaba en
hacer otra, y la pobre mamá iba de una parte a la otra, pero era
feliz. Nos dio mucho.
Las madres son el antídoto más fuerte ante la difusión del
individualismo egoísta. «Individuo» quiere decir «que no se puede
dividir». Las madres, en cambio, se «dividen» a partir del momento
en el que acogen a un hijo para darlo al mundo y criarlo. Son ellas,
las madres, quienes más odian la guerra, que mata a sus hijos.
Muchas veces he pensado en esas madres al recibir la carta: «Le
comunico que su hijo ha caído en defensa de la patria...». ¡Pobres
mujeres! ¡Cómo sufre una madre! Son ellas quienes testimonian la
belleza de la vida.[…] Dar la vida, tener espíritu de martirio, es
dar en el deber, en el silencio, en la oración, en el cumplimiento
honesto del deber, en el silencio de la vida cotidiana, ir dando la
vida, como la da la madre que sin aspavientos, con la sencillez del
martirio maternal da a luz, da de mamar, hace crecer, cuida con
cariño a su hijo. Si, ser madre no significa sólo traer un hijo al
mundo, sino que es también una opción de vida. ¿Qué elige una
madre? ¿Cuál es la opción de vida de una madre? La opción
de vida de una madre es la opción de dar la vida. Y esto es grande,
esto es hermoso.
Una sociedad sin madres sería una sociedad inhumana, porque las
madres saben testimoniar siempre, incluso en los peores momentos, la
ternura, la entrega, la fuerza moral. Las madres transmiten a menudo
también el sentido más profundo de la práctica religiosa: en las
primeras oraciones, en los primeros gestos de devoción que aprende
un niño, está inscrito el valor de la fe en la vida de un ser
humano. Es un mensaje que las madres creyentes saben transmitir sin
muchas explicaciones: estas llegarán después, pero la semilla de la
fe está en esos primeros, valiosísimos momentos. Sin las madres, no
sólo no habría nuevos fieles, sino que la fe perdería buena parte
de su calor sencillo y profundo. Y la Iglesia es madre, con todo
esto, es nuestra madre. Nosotros no somos huérfanos, tenemos una
madre. La Virgen, la madre Iglesia y nuestra madre. No somos
huérfanos, somos hijos de la Iglesia, somos hijos de la Virgen y
somos hijos de nuestras madres.
Queridísimas mamás, gracias, gracias por lo que sois en la
familia y por lo que dais a la Iglesia y al mundo. Y a ti, amada
Iglesia, gracias, gracias por ser madre. Y a ti, María, madre de
Dios, gracias por hacernos ver a Jesús.